domingo, 16 de diciembre de 2012


Número 73
La misión que cada uno tiene en sus manos es inmensa, urgente, necesaria: y para conocerla, basta escuchar en silencio su conciencia.
La humildad es la mayor fortaleza; la soberbia, la mayor debilidad para el ser humano.
Abrir las barreras propias, incrustadas en lo más profundo de sí mismos: es la mayor liberación posible, efectiva y provechosa para uno mismo y para los demás seres entre quienes vamos evolucionando.
¡El amor transforma todo lugar en nuestro paraíso! El amor no se adapta; lo transforma.
La vida del otro, de todos los otros: es nuestra propia vida. Su muerte, nuestra muerte.
El cambio de uno mismo es el mejor tributo que podemos hacer a la Tierra.
Cada día de vida es un regalo para emprender el paso hacia el gran objetivo: restablecer los puentes hacia el otro para ser uno.
Todo término es principio de algo nuevo: ese es su beneficio.
No es posible que el ser se diluya en el quehacer; además de caótico, es evitable.
La Naturaleza nos está esperando siempre… porque quiere enriquecernos con su naturalidad.
Lo valioso de cada segundo es inconmensurable; aunque nuestra conciencia no esté presente.
¡Qué bueno que existan oasis de Luz en el desierto de una sociedad confundida cuando se queda sin alma propia!
Cada acierto es un pétalo a la flor de la vida para nuestros seres vivientes contemporáneos y venideros.
El dialogo con la Divinidad deja de ser intelectual cuando El/Ella deja de estar lejano/a y habita en uno mismo.
Ojalá que el cambio de época sirva para salir de la pereza de pensar, crear y poner en el centro de la existencia: la solidaridad.
Hay una gran diferencia: los líderes, orientan, construyen, fomentan la participación…; los burócratas, sirven al status quo.
La vida es como un manantial: siempre nueva, fresca y frágil y ágil…

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